Un curso de milagros nos dice:
«Cuando hiciste que lo que no es
verdad fuese visible, lo que es verdad se volvió invisible para ti».
Magnífica reflexión sobre nuestra
dualidad y nuestra percepción. Detrás del universo visible hay un universo
invisible que muchos científicos ya anuncian o predicen. Por ello he citado a
Niels Borh, Max Plank y Gregg Braden. Todos ellos intuyen que hay una sustancia
que mantiene al universo visible tal cual lo percibimos, una energía
inconmensurable que lo alimenta todo y le da significado
El universo es la consecuencia de
una inteligencia que se manifiesta en todas partes. Pero, para comprenderla,
hay que ir más allá de la física y adentrarse en la metafísica
Podemos ver reflejada esta
metafísica en Un curso de milagros. Para mí este es un libro cuántico; en él se
expresan grandes verdades, ocultas tras metáforas y palabras pseudoreligiosas.
Palabras que a mucha gente le molestan, tal como me ocurría a mí.
Me molestaban las palabras como
Dios, Espíritu Santo, Cielo, Infierno, etcétera; incluso el mismo título del
libro. Más tarde, comprendí que lo que había que cambiar no eran las palabras,
sino los conceptos que encerraban. Luego entiendes que Dios es Inteligencia
universal, que el Espíritu Santo es la manifestación de la sabiduría dentro de
ti, que no hay pecado y que lo único que hay que cambiar es la percepción, que
es preciso liberarse de la culpabilidad que nos mantiene atados a este mundo de
dolor.
Que el dolor que sufrimos y la
creencia en el sacrificio son los pilares que sustentan nuestro mundo visible.
Un mundo donde la separación es ley; un mundo en el que si tú tienes, el otro
no; un mundo donde compartir es perder; un mundo en que dar solamente sirve para
obtener y, si das, pierdes.
Todas estas creencias y muchas
más son la sustancia mental que nos hace ponernos enfermos. La enfermedad es la
manifestación de una desarmonía interior, de una falta de coherencia en
nosotros mismos. Se trata de pura idolatría, la creencia de que se nos puede
desposeer de nuestro poder, y entonces buscamos afuera aquello que solamente
está dentro de nosotros. Construimos iglesias, templos, dioses esperando
encontrar en ellos la tan ansiada paz. Oramos y oramos, y nos sentimos
abandonados porque no recibimos las respuestas esperadas.
Creemos que hay un Dios que nos
juzga. No comprendemos que esta característica o atributo no le corresponde a
Él, sino al ego. La fuerza del juicio, la del acto de juzgar, es la energía que
alimenta la separación. Esta verdad profunda esconde otra más profunda todavía,
invisible a nuestros ojos duales: que todo está intrínsecamente unido, que no
hay nada que no forme parte de nosotros y nosotros de ello.
Este libro pretende abrir
nuestros ojos a esta verdad escondida, mediante el cambio de las creencias que
son la base de la percepción, la cual crea el mundo que vemos.
El mundo de la percepción, por
otra parte, es el mundo del tiempo, de los cambios, de los comienzos y de los
finales. Se basa en interpretaciones, no en hechos. Es un mundo de nacimientos
y muertes, basado en nuestra creencia en la escasez, en la pérdida, en la
separación y en la muerte. Es un mundo que aprendemos, en vez de un algo que se
nos da; es selectivo en cuanto al énfasis perceptual, inestable en su modo de
operar e inexacto en sus interpretaciones. (...) Una vez que alguien queda
atrapado en el mundo de la percepción, queda atrapado en un sueño.
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